Rodolfo Casparius
Recibí un e-mail de un lector. Se llama Pablo (el apellido lo he enviado a la redacción de La Opinión, por si hay alguna aclaración que hacer, pero no lo publico por temor a que pueda meter a Pablo en un brete porque menciona su localización).
Ese e-mail dice así:
"Esta vez lo saludo desde Tikrit, Irak. Mientras llegamos a Kuwait y esperamos nuestro traslado a Irak, la verdad, no tuve acceso al Internet (no quise pagar $5.00 por hora, usted disculpe) pero aquí ya tenemos 24/7, así podré seguir leyendo sus Burbujas. Su amigo, Pablo".
Ni me pregunte qué es el "24/7", que no tengo la más mínima idea, pero que un miembro de nuestras Fuerzas Armadas en Irak nos escriba para decirnos que lee La Opinión y mi columna en la Internet allá, me emociona profundamente y me enseña lo pequeño que se ha vuelto el mundo en esta época de avances electrónicos.
Y ya que nos lee y que posiblemente otros latinos de allá nos lean, también quiero aclararles que si critico la guerra de Irak, nunca, ni remotamente me refiero a quienes combaten allá. A todos ellos los respeto y admiro.
Mil gracias…
Y ahora a Burbujas de esta semana:
Tengo un problema serio con la democracia de este país. Casi toda mi vida, antes de venir a vivir aquí y antes de que fuera residente y ahora ciudadano, había admirado ciegamente el sistema político de Estados Unidos y siempre pensé que, con ciertos ajustes, era importante que nuestros países de la América Latina fueran dejando las mil y una dictaduras que padecimos para adoptar un sistema democrático igual o parecido al que hay aquí.
Fue hasta que leyendo mucho, participando en toda clase de mesas redondas de política internacional e indagar ciertos aspectos históricos, que caí en la cuenta de que la democracia de aquí fomentaba las dictaduras allá, cada vez que le pudieran favorecer a este país, que estaba dejando de ser una república como yo la entendía, para convertirse en un imperio democrático.
Concluí que la democracia al estilo americano era para consumo interno y que se usaba como fachada de prestigio en el exterior. Como quiera que sea, estaba satisfecho que, cuando menos aquí sí era lo que yo pensaba que era.
Estaba convencido que aquí éramos puristas y veraces, y eso era otro aspecto que me gustaba. Aquí la deshonestidad no tiene lugar, me repetía y me parecía casi normal que los honestos de aquí pudieran criticar a los abundantes deshonestos de allá.
Ahora me doy cuenta que eso tampoco es realista. Es cierto que la deshonestidad en Latinoamérica es más "folclórica" que la de aquí y es más marcada en los participantes en la política, porque les abre la puerta al poder y con ese poder pueden sacar raja con más facilidad. La política los coloca "donde hay", que es un paso muy importante para tener.
Ahora, años después, sigo creyendo que el pueblo aquí es honesto, que esa honestidad es regla de vida, pero en la clase económica que se considera como la parte superior de la escala social y especialmente en los políticos y en algunas de las grandes empresas, la corrupción y la mentira se han vuelto reglas de vida.
El poder corrompe y, entre más poder se acumula, más mal uso se hace de él para fines personales o para imponerse a otros. Tener dinero y poder es casi una religión aquí; son dos versiones de lo mismo. Hemos tergiversado el concepto de honestidad en tal forma que el que me vende un lápiz que vale un dólar, en mil, no es un pillo, es un gran vendedor y yo que lo compro soy un idiota.
Claro que lo sería…
He admirado siempre a aquellos que por una idea o por su trabajo acumulan merecidas riquezas en este país de las grandes oportunidades, pero me encuentro sin palabras ante los excesos de un Enron o los de algunas empresas petroleras que venden sus productos lo más caro que pueden sin limitación moral y sin conciencia social.
Siempre pensé que la verdad era sagrada en este país. Me equivoqué de medio a medio. Aquí los políticos en la cumbre nos mienten, yo creo que a sabiendas. Se ha vuelto un arte el envolver las mentiras en frases que las hacen creíbles, cuando menos por algún tiempo.
Y lo malo no es que nos mientan, lo malo es que nos hemos acostumbrado a que lo hagan y somos demasiado flojos para analizar lo que nos dicen. Así, entre que no nos enteramos y no nos importa, nos presentan sus mentiras bellamente adornadas y como tenemos la necesidad de creerles para sentirnos seguros, aceptamos sus mentiras como la cosa más natural del mundo.
Creo que tan malo es que nos mientan como que nosotros les creamos…
Tenía yo la idea de que el presidente al ser electo en voto secreto, era el presidente del país y no el principal miembro de un partido político. Creía que para él eran igualmente importantes los que votaron por él, como los que no lo hicieron, porque él sólo sabía cuántos fueron, pero no quiénes fueron. No lo eligió un partido, lo elegimos los votantes que no necesariamente estamos agrupados en partidos.
Pues, no es así… el presidente, no éste, sino casi todos, han sido estrictamente partidistas, la agenda del partido que los postuló ha sido más importante que la agenda del país.
Pensaba que en la Cámara de Representantes era donde se libraban las batallas políticas, porque muchos de los electos sí representaban ciertas tendencias políticas de sus distritos que eran más regionales y por lo tanto tenderían a atender los problemas locales y que la suma de esos problemas eran los grandes problemas del país. Tampoco es así por los controles políticos que ejercen los líderes de los partidos en la Cámara. Nadie puede votar en contra de una iniciativa de su partido porque eso es sacrilegio y, a cambio de esa disciplina, le dejan meter entre los miles de renglones del presupuesto algunas obras especiales, que muchas veces no sirven para algo, pero que les permiten lucir en sus distritos. A eso, que todos saben que existe, le llaman "pork", yo le llamo abierta deshonestidad.
Yo sentía un temor sagrado por la Suprema Corte. Estaba convencido que los ministros vigilaban que no nos atropellaran las acciones de los otros poderes, que no se violara la ley en perjuicio de los que no tenemos poder. Me sorprendió que la Corte hiciera presidente a Bush, que era cosa de nuestros votos, no de los suyos.
Con todo y todo sigo creyendo en la Suprema Corte, aunque de vez en cuando nombren un juez que no merece serlo.
¿Ven todo eso? Pues no cambio lo que tenemos por otro sistema Pero no sería malo que dejaran de mentirnos y de actuar con tanta hipocresía, aunque hacerlo esté en su agenda y aunque, como ahora, Karl Rove lo haga con tanta ciencia.
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